
Por Francisco L. Valderrama A., ingeniero de El Carmen de Atrato
(Gracias Primo Levy por darle título a esta triste radiografía de Colombia)
Un presidente sin vuelo propio, ventrílocuo de terceros de adentro y de afuera, que cuestiona en otros lo que en el patio propio es pan de cada día.
Un fiscal narciso, títere del títere.
Un presidente del congreso incompetente y sub judice.
Un congreso repulsivo, capaz de negociarlo todo, y unas escasas excepciones incapaces de pensar juntas.
Líderes políticos que obligan a reescribir el código penal.
Una franja lunática que presume la buena fe de despojadores de tierras y la niega a los despojados, al tiempo que anuncia proyectos de ley para desconocer por vía electoral los fallos de las altas cortes. Y gente buena y honorable que calla y tolera semejantes barbaridades.
Un partido de gobierno que solo respeta la justicia que coincide con sus prejuicios y descalifica minorías con epítetos majaderos, para el cual defender la paz es motivo de sospecha y pensar distinto es defecto, delito o pecado.
Un ejecutivo que quita a los de abajo para dar a los de arriba y permite, por acción u omisión, baños de sangre para librar guerras ajenas.
Un modelo sociopolítico oprobioso que induce a medio país a despedazar y odiar al otro medio y unas elites medievales que defienden a sangre y fuego privilegios ofensivos conseguidos con sangre ajena.
Una sociedad pasiva que convirtió la pobreza en paisaje y no se conmueve con el asesinato sistemático de líderes sociales.
Un sistema penal lento e inoperante en el cual depredar en grande se paga en la mansión conseguida con el expolio y robar poco se paga en La Picota
Unas fuerzas de seguridad no preparadas para la paz.
Partidos políticos y elites económicas que solo condenan las atrocidades de los otros y califican como cooperación el arribo de soldados y como invasión la llegada de médicos.
Un modelo de país que considera subversivo el anhelo de igualdad.
Autoridades intelectualmente deshonestas que califican como locomotoras de desarrollo a actividades como el Fracking y a la minería intensiva que destruyen social y ambientalmente el país, solo para enriquecer transnacionales voraces.
Elites que con su silencio o sus palabras dan piso político al atropello contra minorías y excluidos.
Una cultura política en la cual el único sesgo ideológico aceptado es el propio, apoyada en un sistema electoral que se recrea en el analfabetismo político, considera enemigo al contradictor y reduce la democracia al voto amarrado de sus clientelas.
Una clase política corrupta hasta los tuétanos que persigue o estigmatiza las pocas excepciones honorables y una plutocracia que ha convertido a Colombia en uno de los países más desiguales del mundo.
No. No vale la pena un sistema desueto en el cual la honestidad es un lastre, los criminales son ídolos y de contera derrota en las urnas un proceso de paz y frustra un intento para combatir la corrupción que nos asfixia.
¡Ese modelo injusto hay que cambiarlo!