Por Luis Fernando González Escobar, Profesor Asociado, Escuela del Hábitat, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Medellín, 1 de agosto de 2020.
La vida y obra de muchos artesanos y artistas pioneros en Antioquia y Colombia, de manera lamentable poco o nada ha interesado. La historia del arte se ha concentrado en rescatar y exaltar algunos personajes sobresalientes; por ejemplo, el caso de Francisco Antonio Cano, por el hecho de ser considerado la personificación del paso del artesano decimonónico al artista moderno, entre finales del siglo XIX y principios del XX, pero, también, por la exaltación que se ha hecho de su obra Horizontes como símbolo de la antioqueñidad.
Aunque hace varias décadas, desde los ensayos pioneros de Darío Ruiz Gómez, compilados en Proceso de la cultura en Antioquia 1, se comenzaron a valorar e investigar personajes como Rómulo Carvajal y el Taller de los Carvajal, Bernardo Vieco y el grupo familiar, Melitón Rodríguez y el Taller de los Rodríguez, los Palomino; pero aun así, pese a ser nombrados un Misael Osorio, un Eliseo Tangarife, un “Ñato” Mira, los Montoya…y un largo, etcétera, todavía faltan mucho por conocer de ellos y muchos por conocer. Se les ha dado mayor importancia a los fotógrafos que se ha rescatado junto a su patrimonio fotográfico, desde Melitón Rodríguez, pasando por Pastor Restrepo, Gonzalo Escovar, Benjamín de la Calle, Jorge Obando, entre otros, que fueron pioneros o consolidaron la fotografía.
Los trabajos sobre ellos, desde diferentes vertientes se valoran y cada vez se hacen más aportes sobre ellos. Pero sobre aquellos considerados por algunos como artesanos, entre peyorativo y condescendientes, sigue el silencio y el desinterés. Ocurre más o menos lo mismo con los escultores pioneros ubicados entre finales del XIX o las tres primeras décadas del XX, obviamente sino se es un Marco Tobón Mejía, quien cambiara para siempre la estética y el concepto del arte escultórico.
Entre el desconocimiento, el prejuicio académico y la infravaloración de mucha de su producción dedicada a la estatuaria simbólica y exaltadora de los héroes independentistas, el discurso centenarista o la configuración de una narrativa sobre héroes locales, propuesta y reclamada por la elite local, los condena a ese olvido sistemático. Incluso sobre personajes ya mencionados como el caso de Rómulo Carvajal, sobre el que poco se ha escrito pero que algo se le ha reconocido.
Uno de esos casos silenciados es el de José María Agudelo G., a quien se referencia ocasionalmente en algún pie de página por ser autor de la “Escultura en homenaje a Los cien años de la Universidad de Antioquia”, y algún párrafo por esta misma obra ubicada en la plazuela de San Ignacio, pero del que poco o nada más se dice, se escribe o se sabe. 2
En una publicidad del periódico El Sol de Medellín de 19163, se presentaba como “Diplomado como escultor en la Exposición de 1910” y ofertaba sus servicios para la elaboración de “esculturas religiosas” y estatuas en madera en su taller que estaba ubicado en una esquina del entonces Puente de Junín.
La forma de la escritura era sutil, pues lleva a pensar que se graduó y en este evento le entregaron el diploma que lo habilitaba como escultor.
La realidad era que en los eventos programados en Medellín para la celebración de la fiesta del primer centenario de la Independencia de Colombia, con el nombre de Exposición Nacional de Medellín. Una de las varias exposiciones fue la artística, con el nombre de “Escultura, Pintura y Dibujo”. Como era lo usual en este tipo de eventos que se comenzaron a realizar desde mediados del siglo XIX en la ciudad de Bogotá, se otorgaban diplomas; en la parte de escultura Agudelo recibió un “Tercer premio. Diploma de honor,…por diversos trabajos”, mientras que a Rafael Patiño y Carvajal Hermanos de Manizales, “Primeros premios, medalla de oro, y diploma de primera clase”, al primero por una terracota, “Niño dormido”, y a los segundos por la obra “Niño llorando” 4.
Así, este diploma le sirvió a Agudelo para lograr un lugar en esta ciudad a la que había llegado en 1907 de su natal Salamina, ya para entonces departamento de Caldas, pero cuando nació parte de Antioquia, además de presentarse socialmente, en tanto era un reconocimiento a sus capacidades y habilidades escultóricas que ahora ofertaba al público de la capital antioqueña.
Para estos años, su trabajo se dividía ente entre el imaginero tradicional que ayudaba a atender la demanda de iglesias, comunidades y familias necesitadas de decorar los espacios y ansiosas de las imágenes de sus santos de devoción; la de ornamentador de arquitectura la cual crecía en demanda por las nuevas estéticas urbanas; y la propia de escultor, que de manera especial se dedicaba a elaboración de bustos o esculturas para exaltar los personajes históricos de la Independencia o los nuevos que se iban entronizando, producto de las narrativas que se estaban construyendo a principios del siglo XX por los políticos y la clase dirigente; así Agudelo fue ganando un lugar y cierto prestigio que le permitió elaborar diversas esculturas como los tres bustos de Rafael Uribe Uribe: el primero para Medellín en 1919, el cual decidió comprarlo la Junta Liberal a cargo del monumento, para reemplazar el que de manera provisional se había entronizado en el primer monumento realizado en su homenaje, inaugurado en noviembre de 1914, poco tiempo después del asesinato de aquel general el 15 de octubre ese año, conocido desde entonces como el “Mártir del Capitolio”; el segundo para Cartagena inaugurado el 19 de octubre de 1921 en pleno Parque del Centenario; y el tercero para Istmina en el Chocó, donde las huestes liberales sanjuaneñas, encabezadas por Emiliano Rey, quisieron recordar y homenajear al líder liberal.
En Istmina, pese a la oposición de los religiosos de la Comunidad Claretiana, quienes consideraban inadecuada la ubicación del monumento cerca a la iglesia parroquial, se logró elaborar el monumento con el diseño del arquitecto Luis Llach y la escultura de Agudelo.
Un pequeño recinto en una calle de tierra, donde se levanta el podio de planta cuadrada y tres escalinatas, al centro del cual estaba el pedestal, con un lenguaje historicista en el basamento y la corona de laureles alrededor del dado. Un pequeño ejercicio de arquitectura urbana que le otorgaba la solemnidad pretendida a este monumento inaugurado en abril de 1922, en este pequeño recinto urbano de aquella ciudad en el San Juan chocoano.
La obra más reconocida de Agudelo y que le ha merecido algún párrafo y los pie de fotos en libros sobre el patrimonio urbano, la memoria o la escultura pública de la ciudad, es el conmemorativo a la Universidad de Antioquia, el cual se ubica en la actual plaza de San Ignacio.
Dicha obra fue escogida por un concurso público promovido en 1922 por la Sociedad de Mejoras Públicas de la ciudad, para homenajear a los fundadores de la Universidad, en la celebración de los 100 años. La obra se debía instalar en la entonces llamada plaza José Félix de Restrepo. En el concurso participaron cuatro proyectos y el jurado formado por el médico y humanista Emilio Robledo, el esteta Gabriel Latorre y el escritor Tomás Carrasquilla, le otorgaron el primer lugar a la obra de Agudelo, quien presentó una maqueta o como se decía en ese momento “una reducción de esmerada hechura”; en el acta firmada el 11 de octubre de 1922, los jurados expresaron las razones de su decisión en estos términos:
“Consiste el proyecto elegido en un obelisco plantado sobre un pedestal clásico, con sendos medallones en los cuatro costados: tres con retratos de fundadores del establecimiento, el cuarto con el escudo del mismo: Le corona una esfera sobre la cual le campea un águila, símbolo de la gloria, que lleva en el pico una banda que reza: Universidad de Antioquia”5.
El monumento medía en el proyecto, de la base a la cúspide 9.5 metros. Terminaba el jurado señalando que “A la sencillez agrega el significado y la euritmia. Debe elevarse imponente en esta plaza”6.
El monumento realizado no fue el premiado pues a la oficina del Ingeniero Arquitecto del Departamento, en ese momento a cargo de Agustín Goovaerts, le fue encargado en 1922 la reforma del mismo. A finales de ese año el arquitecto belga hizo los planos de la reforma y se iniciaron las obras las que pronto se suspendieron por falta de recursos7.
Se reanudó la construcción en 1924, para ser inaugurado el 12 de octubre, reclamando Goovaerts cómo la prensa hizo circular la versión que el monumento era obra del “escultor Agudelo”, aclarando que éste hizo los medallones y el águila, pero el plano del monumento era de su oficina8. Fueron evidente entonces las variaciones, entre ellos la forma geométrica de su zócalo, cuya geometría más abstracta del original se cambió en la obra ejecutada por uno achaflanado y con roleos en las esquinas, esto es, un carácter historicista propia de la mentalidad de Goovaerts.
El cambio mayor fue el de la proporción al reducir la altura de los 9.50 metros, que en la escala de la plazuela generaría esa sensación de imponencia que veía el jurado en el proyecto; pero, de igual manera, le hacía perder esbeltez del monumento y, por tanto, las proporciones, parte de aquella euritmia planteada, esto es, la armonía del conjunto monumental. En el proyecto, no obstante al uso de elementos de simbolismo clásico, como el remate en esfera y el águila que la corona, era una verdadera renovación en el lenguaje usualmente empleado por el propio Agudelo en sus obras, pero solo esto se conservó en el proyecto de Goovaerts, más a fin a estos lenguajes y se descartó lo más depurado del proyecto inicial.
Jesús María Agudelo, aparte de la escultura de Rafael Uribe Uribe en Istmina elaboró otros trabajos en el Chocó, entre ellos el monumento del General Benjamín Herrera. La promoción y desarrollo se había planteado desde junio de 1925 cuando se creó la Junta para este propósito y para 1930, aproximadamente, ya estaba instalado en un espacio al norte de la ciudad. Para los años de 1940 era considerada uno de los monumentos y obras notables del ornamento de la capital chocoana:
“Hacia el extremo norte de la ciudad, en una gran plaza que lleva su nombre, se irgue el busto en bronce del insigne demócrata General Benjamín Herrera, sobre un bello pedestal”9, como se describía en la Geografía Económica del Chocó.
Por las formas y las características del monumento “Obelisco a los padres de la Patria”, otra obra realizada por estos años y construida en el Parque del Centenario de Quibdó, también pareciera obra del propio Agudelo. El hecho de ser un obelisco, con elementos arquitectónicos similares al diseño original del Monumento de los Fundadores de la Universidad de Antioquia, aunque con diferente escala y trabajo ornamental en el pedestal, hacen probable esa relación de autoría.
Aún falta mucho por conocer sobre vida y obra de Jesús María Agudelo, pero lo cierto es que este escultor salamineño, alcanzó a principios del siglo XX cierto reconocimiento en el panorama nacional aportando varias “estatuas, bustos y otras obras de alto mérito”, como se decía, obras que le reclamaban los promotores de las mismas; de esta manera contribuía a esa dinámica del monumento en el espacio público, como forma de exaltación patriótica, nacionalista, regionalista o de idearios partidistas que se tomó el espacio público, a donde también se trasladó el campo de disputa y tensiones de los idearios políticos.
Lo que en un momento se inició como una manera de convocar a la nación y unirla alrededor de los símbolos independistas y patrióticos, derivó en apropiaciones y disputas por erigir los monumentos en homenaje a los más conspicuos dirigentes políticos.
Más allá de lo que se puso en juego estaba la obra escultórica y estética del monumento, de la que Agudelo se convirtió en un representante reconocido en su momento pero olvidado en tiempos presentes, cuando estas obras se piensan anacrónicas e, incluso, sometidas a la acción iconoclasta de muchos actores, faltos de una mayor comprensión en términos de lo que pueden no solo significar sino decir para la comprensión de la memoria y la historia de las sociedades que las erigieron. Nota: este es un borrador en proceso
1 Darío Ruiz Gómez, Proceso de la cultura en Antioquia, Medellín, Ediciones Autores Antioqueños Vol. 33, Secretaría de educación y Cultura-Dirección de Extensión Cultural, 1987.
2 En un trabajo compilado y escrito por Luis Álvaro Gallo Martínez, Diccionario biográfico de antioqueños, en la p. 48 se referencia un “José María Agudelo Calderón. De los primeros artistas antioqueños de la época colonial.”. Nada más. Pero no parece ser el mismo pues este es Calderón y el de nuestra reseña su segundo apellido empieza por G. Documento pdf, Bogotá, septiembre de 2008.
3 El Sol, Medellín, núm. 1392, 24 de febrero de 1916, s. p. 4 El Centenario, Medellín, núm. 30, 16 de agosto de 1910, p. 2.
5 Sábado, Medellín, núm. 69, 28 de octubre de 1922, p. 835
6 Ibíd.
7 Agustín Goovaerts, “Informe del ingeniero Arquitecto del Departamento”, Medellín, 20 de enero de 1923, en: Alfredo Cock A., Secretario de Hacienda Memoria de 1923 al Sr. Gobernador, Medellín, Imprenta Oficial, 1923, p. 259. 8 Agustín Goovaerts, “Informe del ingeniero Arquitecto del Departamento”, Medellín, 17 de enero de 1925, en: Suplemento a las Memorias del Secretario de Hacienda Anexos, Medellín, Imprenta Oficial, 1925, p. 44
9 Geografía Económica de Colombia Tomo VI Chocó, Bogotá, Contraloría General de la República, 1943, p. 610