
Por Juan Alexander Hinestroza Perea
«El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la aldea para sentir su calor»
Proverbio africano.
Inicio este escrito confesando la carga vivencial que posee, ese respaldo fáctico, que si bien he plasmado en otros, en este lo hice con dosis exageradas.
Antes de finalizar el año y para el comienzo del nuevo, estuve en el Chocó. Debía esta visita a la tierra de mis abolengos por un año de ausencia, una deuda con mis abuelos y familiares. Y también quería encontrar material para plasmar en futuros escritos.
Estuve con la señorita Ángela Valoyes, compañera de vida, y gran mujer, navegando y recorriendo trochas en municipios y corregimientos alejados, tratando de llevar donaciones.
Pase horas de viajes al lado de mi padre disfrutando abigarrados paisajes de una tierra macondiana. Me ‘clavé’ un chapuzón en Bochoromá con mi madre, conversé con sacerdotes (el padre Sterling) presentes en primera línea de lucha contra las problemáticas sociales, estuve semi desnudo y descalzo ante la furia máxima del sol en el malecón (“doné” mi suéter y tenis), padecí la amargura de la desesperanza, abracé el dolor de una tierra que sufre y grita por malos manejos, viví para poder escribir y escribir con sangre, como decía Nietzsche.
Desde Bagadó, pasando por Carmelo, hasta Quibdó, recorriendo Tadó y parte de las islas de Yuto (La Molana, etc.), saboreando los gestos de los oriundos de las tierras, ese ceño fruncido que se forja por la resistencia…
De todo este viaje, de mi odisea, de toda esta peregrinación por devoción a mi departamento, no encontré otro culpable más claro y directo de nuestra pobreza que nosotros mismos.
Y digo esto no solo como chocoano sino como colombiano. Lo que padecemos lo merecemos (y lo escribo con insoportable dolor atrancado en la garganta.
Esa inconsciencia colectiva, aquella carencia de solidaridad. No es gratuito lo que se vive: las distintas bandas delincuenciales, la pobreza, la amargura de caminar inseguros, malas vías, corrupción, abandono, no son otra cosa que heraldos de nuestros errores del pasado, del culto al egoísmo, a la codicia y el interés personal, de las decisiones motivadas por la avaricia, de ese voto comprado por una merienda.
Si no ignorásemos el fehaciente hecho de a cuántas personas afecta una decisión, que aparentemente está en las esferas personales, entenderíamos lo culpables que somos.
Ahora bien, siendo el problema principalmente nuestro, se deduce, pues, que la solución está en la esfera personal de cada quien.
Mucho más allá de causas externas, se tiene el poder para revertir lo que se ha hecho. El Chocó necesita una reforma desde sus cimientos, no siendo esto otra cosa que un cambio cultural, un giro mental y de perspectiva, una intervención cultural, un freno al desinterés y exclusión social.
El cambio recae principalmente en las generaciones venideras, sin destruir lo construido de buena manera por las pasadas.
Un abrazo a los jóvenes (a todos), para evitar que vuelvan con pajas y mecheras a quemarlo todo. Esperanza en lo que viene, es lo único que se puede predicar ahora.
Totalmente de acuerdo, pero esto pareciera genético, yo vivo en Europa y la misma conducta la tienen la mayoría de inmigrantes de África que a pesar de tener muy cerca muchos beneficios y adelantos de los que gozan estás sociedades tan avanzadas no las aprovechan para nada. Hay una gran pobreza en su interior.
Excelente artículo, ojalá tuviera una difusión masiva. mil bendiciones.
Tienes toda la razón en tus apreciaciones, como.lo dice el cantante Tony Vega. Uno mismo y nosotros los Chocoanos por naturaleza somos ricos, pero no la aprovechamos, pero si permitimos que otros se las lleven.
Que tristeza.