
Por Daniel Mera Villamizar (columna del 27/mayo en El Espectador)
El «universalismo focalizado» de la poeta Piedad Bonnett apunta al meollo.
La poeta y escritora Piedad Bonnett sugirió en su columna que para apoyar el surgimiento de escritores afrocolombianos es mejor, a corto plazo, dar “becas de ingreso a talleres de escritura de alta calidad”, en lugar de “propiciar talleres de creación sólo de afrodescendientes”. La primera opción los “integraría a una realidad diversa y compleja” y la segunda, “los encierra en una burbuja, en un gueto”.
La perspectiva de la poeta puede enmarcarse en el “universalismo focalizado”. Recomienda para el mediano y largo plazo “hacer más ferias del libro que permitan intercambios y promoción de talentos locales, llevar más talleres a las regiones, actualizar permanentemente las bibliotecas”. Si esto se hace en zonas de mayoría de población negra, sin excluir a los no afros, habría un ecosistema del que saldrían más poetas y narradores afrocolombianos.
Es la misma discusión que hay con la idea del gobierno de crear “universidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras”. La estrategia natural sería elevar la calidad y la cobertura de las universidades con sedes en Tumaco, Buenaventura, Quibdó, Turbo, y ampliar los mecanismos de acceso de los bachilleres de estas subregiones a las mejores universidades del país.
¿Por qué salen estas ideas que desafían nuestro sentido común? Por una razón que incumbe a todos: quieren apartar a los afrocolombianos del proyecto de nación que hemos tenido, moderno y liberal, para crear poderes propios basados en la identidad étnico-racial, a la que le dan un alcance cultural que no tiene.
Que hay un proyecto político de invención étnica, que exige alineación o militancia para poder obtener los beneficios, puede verse en la convocatoria que preocupó a la poeta Piedad Bonnett. “Si eres un liderazgo que busca la construcción de nuevos horizontes para las comunidades étnicas de Colombia desde la escritura, inscríbete”.
No es un llamado abierto donde quepan los poetas que solo quieren expresar sus tormentas interiores (tal vez la doble conciencia de negro y colombiano), los narradores sin pretensiones sociales (un discípulo de Borges no aplica), o los políticamente incorrectos que piensen que las “comunidades étnicas” serían rurales y no la gran mayoría de población urbana negra. Hay que pensar como el otorgante del beneficio o fingir que es así.
En una sociedad libre y pluralista es normal que haya este tipo de proyectos étnico-políticos. Lo que no resulta normal es que se adopte desde el Estado, como “pensamiento único”, restringiendo la diversidad de aproximaciones dentro de una población particular. Un ejemplo son las convocatorias de estímulos del Ministerio de Cultura. Lo mismo hace la cooperación internacional.
El actuar de algunas empresas y universidades privadas en este tema es más llamativo: ignoran que las ideas “étnicas” tienen consecuencias para su propia visión. Les parece genial, “en la onda”, la foto, el titular y el párrafo en el balance social, y todavía no descubren que no es “sostenible” esa forma de inclusión.
Se lamentan del radicalismo de la vicepresidenta y del ideologismo del movimiento social afro, de los problemas de la consulta previa, de las propuestas descabelladas, pero no se toman el trabajo de analizar si la aproximación que comparte Piedad Bonnett es mejor opción para ayudar al progreso y a la integración de los afrocolombianos en la sociedad.