Crónicas y anécdotas de Álvaro Paz Cañadas (X)

Introducción de Neftalí Rengifo Yurgaqui
En proximidades de navidad y año nuevo, me propuse finalizar esta serie de crónicas y anécdotas de Álvaro Paz Cañadas, no por falta de material, sino para evitar el cansancio a los lectores al referirme al mismo personaje, quien quiso pasar de la tradición oral, propia de nuestros ancestros, a la narración escrita, con el propósito de animar a otros a que cuenten sus historias, integradas a la de sus familiares, allegados y a su pueblo, que de no ser así, ciertos acontecimientos interesantes, se perderían en los vericuetos del diario transcurrir y el paso del tiempo, condenándonos a un inexorable olvido colectivo de algunos eventos.
El lector puede entretenerse con estas crónicas y anécdotas vividas por su autor. Si los familiares, amigos y conocidos de los personajes mencionados en estas narrativas sumaran algo de lo que compartieron o saben de cada una de las temáticas tratadas, se haría más rica e interesante, pero sería cosa de nunca acabar. Por el momento, creo haber cumplido modestamente con el deseo del autor y haber deleitado a los lectores con las historietas que nos compartió, especialmente aquellas de interés para los chocoanos, excusándome de antemano por las imprecisiones y restricciones que puedan encontrar en la alusión a «Los Paz».
A continuación aporto algo de la biografía y genealogía de Álvaro Paz Cañadas, ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional de Medellín: Nació en Cartagena, hijo de padres chocoanos: del médico veterinario Emiro Paz Arriaga e Immia Cañadas Garcés. Álvaro Paz Cañadas es hermano de Eva, Oscar, Ramón Armando, Orlando, Gonzalo de Jesús, Immia, y Antonio.
Álvaro se casó con Marina Álvarez Escobar. Sus abuelos paternos: Pompeyo Paz García, liberal combatiente de la guerra de los mil días con el grado de capitán y Ana Rosa Arriaga Garcés. Sus abuelos maternos: José María Cañadas y María Porras Arriaga.
Cuenta el autor que no se sabe cúantos ni cúando llegaron los Paz a Colombia y probablemente arribaron al Chocó provenientes del Cauca. Se multiplicaron en el Chocó y de allá emigraron posiblemente a la costa Caribe viajando en lancha por el rio Atrato hasta llegar a Urabá (Arboletes, Turbo) y de allí a Cartagena y sus alrededores.
De los Paz que crecieron en el Chocó se refiere el autor especialmente a los que nacieron de la unión de sus abuelos Pompeyo Paz García y Ana Rosa Arriaga Garcés. De ellos nacieron Pompeyo, María, Farnecio, Américo, Jafet y Belén.
Jafet Paz Arriaga se casó con Rita Elvira Rengifo González, de cuya unión nacieron Yenny, Rosa, William, Héctor, Jorge y Cesar.
El abuelo Pompeyo Paz García nació en Lloró y, como buen agricultor, se dedicó a sembrar la semilla Paz por doquier. Tuvo un hermano llamado Arturo que falleció en un accidente de aviación. En el Chocó el abuelo Pompeyo también se unió con Sofía Ramos y tuvo a Aura, la mayor de todos sus hijos, también tuvo a Susana y a José Antonio. De la unión con Juliana Rueda nacieron Rubén, Alcibíades, Elicia y Licenia. Con otra señora tuvo a Raquel Paz Gutiérrez.
En este entramado genealógico se integran muchos miembros por consanguinidad y/o por afinidad donde sobresalen distinguidos personajes, como el Dr. Manuel Mosquera Garcés, el Dr. Adán Arriaga Andrade, el ingeniero agrónomo Ámerico Paz Arriaga, el Md. radiólogo Luis Felipe Diaz Paz (Pipí), el Md. César Paz Viera, el odontólogo Olmedo Paz, el Md. Emiro González Paz, Luz Colombia Zarkanchenko (la rusa), el Md. Liborio Paz Mosquera, el entomólogo Gilberto Garcés Cuesta, el ingeniero César Arriaga Rengifo, el abogado Dumek Turbay Paz, Balbino Arriaga Garcés, el sacerdote Gonzalo Paz Cañadas, Soraya Paz Capre, Hilda Ayala de Virgüez, el poeta Eudes Asprilla Paz, entre muchos otros.
– A las personas interesadas en conocer más de este entramado genealógico, les puedo facilitar la aproximación extendida y detallada que hizo el autor, si lo solicitan a mi correo [email protected] –
Álvaro Paz Cañadas es pensionado y comparte actualmente su residencia entre Cartagena y algunas ciudades de los Estados Unidos. Fue en su juventud alguien a quien los chocoanos llamaríamos un auténtico buscalavida y, en esa tónica, quiso compartirnos sus anécdotas como la que sigue, finalizando la serie:
¡Feliz año nuevo! Crónicas y anécdotas de Álvaro Paz Cañadas (X)

Voy a contar una anécdota de mis andanzas por los Estados Unidos en busca de una oportunidad en el país de las oportunidades. Ante el fracaso de conseguir trabajo por los lados de Texas, decidí irme para el norte hasta llegar al Estado de Connecticut, su capital, Hartford. Llegué al final del año 85 cuando las nevadas del invierno se iniciaban.
Allá vivía un primo que me dio alojamiento y me ayudó a encontrar un trabajo para lo cual me presentó sus amigos y su familia que eran oriundos de Puerto Rico y él, a su vez, se hacía pasar por puertorriqueño.
La oportunidad se presentó cuando un compatriota cansado de perseguir el sueño americano y no lograrlo después de cinco años, decidió regresar a su patria. Para fortuna mía, resultó ser tocayo y esto me alivió mucho a la hora de ser llamado por mi nombre de pila en cualquier circunstancia. De él adquirí su tarjeta del Seguro Social, documento totalmente indispensable para poder trabajar legalmente en USA.
Entre los amigos de mi primo, uno me consiguió un trabajo de aseador de un banco, labor que me tocaba hacer junto con otros. El supervisor de la compañía donde logré ingresar era puertorriqueño y me asignó el tercer piso del edificio que ocupaba el banco.
Como indiqué antes, al final del año 85, en Hartford el invierno estaba en pleno desarrollo y las nevadas de un pie y más, eran lo cotidiano. Yo no tenía vehículo propio y mi primo trabajaba en otra dirección, y para ir al trabajo que conseguí, tenía que hacerlo caminando y eso me tomaba una hora larga; para colmo, los buses que pudieran servirme me dejaban muy lejos, por lo cual me resigné y lo tomé deportivamente pensando que la caminata me haría provecho y me servía para disfrutar de la nieve.
Yo me vestía usando doble pantalones, doble medias, guantes, bufanda, un gorro que me cubría toda la cabeza y solo tenía un par de huecos a la altura de los ojos, con protector para las orejas, un grueso saco forrado y unas botas altas acolchonadas para el frío. Así disfrazado, salí a batallar con la nieve que casi siempre me daba a las rodillas. Al banco debía presentarme a las 5:45 todas las tardes de lunes a viernes. Antes de irme a trabajar, mi primo me dijo que después del trabajo iríamos a una fiesta con toda la familia para festejar la venida del año nuevo.
El 31 de diciembre de ese año, el supervisor me dijo que el trabajador que aseaba el cuarto piso no se presentó y que yo tendría que hacerme cargo de ese otro piso. El supervisor se fue para su casa. La orden no me disgustó porque eso se traducía en más dinero al tener que trabajar más tiempo. A eso de las once de la noche terminé mi piso y subí al cuarto en reemplazo del trabajador ausente.
Estando limpiando una de las oficinas que dan al frente de la calle, por una ventana vi que el guardia de seguridad encargado de conectar las alarmas y cerrar el banco cuando todos los trabajadores de limpieza hubieran salido, se encontraba yendo. Yo empecé a golpear la ventana para llamar su atención, pero no me oía y además empezó a nevar copiosamente.
Corrí al ascensor, bajé al primer piso con la intención de alcanzarlo. El banco tenía la puerta de la calle bastante gruesa de madera tallada. Después de ella había un pequeño hall o vestíbulo y había otra puerta gruesa de vidrio que daba acceso a un amplio salón en donde se encuentran las distintas ventanillas para la atención a los clientes.
Como yo no sabía todas las medidas de seguridad que se instalan en un banco, llegué a la puerta de vidrio, la abrí y corrí a la puerta de la calle. Automáticamente la puerta de vidrio se cerró y quedé atrapado en el pequeño espacio entre las dos puertas.
Por debajo de la puerta de la calle se filtraba el frío del hielo exterior y mi pequeña prisión se empezó a enfriar.
A eso de las doce de la noche mi celda se estaba poniendo tan fría como el refrigerador de una nevera, empecé a tiritar y me acurruqué en una esquina lo más alejado de la puerta principal. Llorando me puse a rezar porque no se me ocurría más nada hasta que de pronto vi un pequeño compartimento rojo con un vidrio al frente que decía FIRE. Con lo que ya sabía de inglés, supe que esa era la alarma que estaba conectada con la estación más cercana de los bomberos.
No lo pensé dos veces y rompí el vidrio y al instante por todo el banco empezaron a sonar las alarmas y al poco rato oí las sirenas de los bomberos que se acercaban. Tan pronto sentí que al otro lado de la puerta de la calle los bomberos gritaban buscando las señales del incendio, empecé a golpear la puerta para atraer su atención. Los bomberos, entonces, empezaron a gritar:
-¡Open the door! ¡Open the door! Where is the fire?
Estaba tan asustado y al mismo tiempo tan emocionado, que solo contestaba:
-¡NO FIRE! ¡NO FIRE!
Mi alegría llegó a su clímax cuando en español un bombero me gritó:
-¿Dónde es el incendio? ¡Abra la puerta!
Yo, a mi turno le grité:
-¡No hay ningún incendio! ¡Me quedé encerrado acá!
El bombero me gritó entonces:
-¡Retírese de la puerta que la vamos a tumbar! A punta de hachazos destrozaron la hermosa puerta tallada y entraron.
En los Estados Unidos cuando hay un incendio, un accidente, un muerto en un ancianato, un gato se sube a un árbol, alguien se para en una calle y con el brazo estirado señala al cielo, los bomberos, la policía, las ambulancias y los periodistas se presentan al lugar del acontecimiento.
Los gringos al verme en mi facha, inmediatamente intuyeron: cogimos a un ladrón que quería aprovechar el último día del año para robar el banco. Me hacían toda clase de preguntas que no entendía por mi poco conocimiento del inglés, y entonces el bombero hablando español con acento cubano intervino y me preguntó que qué estaba haciendo allí.
Le expliqué lo de la orden del supervisor, de mi carrera para atraer la atención del guarda de seguridad, mi atrapada por las puertas y la quebradura de la alarma. Además, le entregué el nombre y teléfono del supervisor. El amigo bombero me dijo:
-Chico, hiciste lo correcto. Si no hubieras roto el vidrio te hubieran encontrado muerto y congelado porque el banco solo lo habrían tres días después.
El bombero, sirviendo de intérprete, tradujo y todos con cara de buenos amigos, me entregaron a una rubia mujer policía, quien me metió en una patrulla. Dentro del carro de la policía pensé que de allí saldría deportado directamente y mi único consuelo era que no tendría que comprar el pasaje, ya que a los deportados el gobierno les paga el viaje.
Cuando los bomberos y la policía revisaron el banco y aclararon con el supervisor lo ocurrido, llamaron a la casa del guarda de seguridad que me había dejado encerrado y cuando se presentó, lo dejaron cuidando el banco sin puerta.
La operación duró como una hora y media y a eso de la una y media del día de año nuevo la rubia mujer policía vino a la patrulla, me abrió la puerta y dejándome salir me dijo en su español con acento gringo:
-¡FELIZ AÑO NUEVO!
A esa hora emprendí el camino de regreso a la casa en medio de una tremenda tormenta de nieve. Como no aparecí a tiempo para la fiesta, mi primo y toda la familia se habían ido y habían desconectado la calefacción por lo que la casa estaba por dentro como una nevera.
Con todo y ropa y zapatos me metí a la cama, me eché encima todo cobertor y toda la ropa que encontré en el cuarto, cubriéndome hasta la cabeza y me puse a oír la radio que, toda la noche, o mejor dicho el resto de la madrugada, tocó la canción de moda, cantada por la inigualable Gloria Estefan: CONGA.
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