Por Víctor Manuel Quesada Ibargüen
Presentación de Neftalí Rengifo Yurgaqui
Víctor Manuel Quesada Ibargüen fue mi compañero de adolescencia en el Club Domingo Savio dirigido por nuestro benefactor, el padre claretiano Ernesto Arias Arellano, (Qepd., ambos) en donde se destacó por sus dotes musicales y versátil inteligencia incluyendo la narrativa entre otras virtudes.
Nació en Nóvita, Chocó, el 16 de noviembre de 1949 y falleció en Cartagena, Bolívar en octubre de 2017.
Ingeniero industrial, magíster en Economía y Sistemas Integrados de Gestión y PhD en Ingeniería de Organización, lo que le valió para desempeñarse en el campo empresarial, tanto público como privado y en el académico en la noble labor docente.
De sus nueve libros escritos, «La mano de Dios y otros relatos», con prólogo del monsieur Rivas Lara, del que extraigo el cuento de fondo, es el segundo en el campo narrativo. A propósito de esta obra, expresa el Monsieur: «Sus historias, originadas en el archivo fresco de su memoria y sus recuerdos, recrean experiencias y vivencias de un ayer inolvidable que se fue sin que nos diéramos cuenta, pero que sigue allí presente, cargado de sentimientos y añoranzas…»
Como lo expresó el periodista Alejo Restrepo, «desarrolló una fructífera carrera como docente de la Universidad de Cartagena, en donde logró ocupar importantes cargos de mucha significación en dicho centro de educación superior; una sala de esta importante Universidad de la costa caribeña lleva su nombre». Con mucha antelación se desempeñó como gerente de la extinta fábrica de licores del Chocó y como docente en establecimientos públicos y privados.
Unos meses antes de su deceso, intercambié por correo mi tercer libro de cuentos de la serie «Inocencio & Cándido» por el segundo de su narrativa denominado «La mano de Dios y otros relatos» del que publiqué por este medio su cuento que bautizó con el mismo nombre del libro, a propósito del fallecimiento en plena catedral San Francisco de Asís, un viernes santo, del «santo varón» don Alcibíades.
Sus relatos son datos ciertos tomados de la realidad que su memoria registra, con la adaptación literaria necesaria y el prudente cambio de algunos nombres, aunque seguramente, los lectores contemporáneos identificarán sin ninguna dificultad a los verdaderos protagonistas.
Sin más preámbulos y, con motivo del natalicio del autor, el 16 de noviembre de 1949, les presento a –
El timador elegante
Corría el año 1970; era un viernes, a las once de la mañana.
El hombre entró al almacén de víveres y abarrotes más grande de la ciudad; el de don Evo.
Don Evo era un próspero comerciante, proveniente de la costa norte del país; luchador como nadie, cuya pujanza le valió el reconocimiento de la ciudad quibdoseña. A don Evo no se le había olvidado el «gogpiaito» al hablar, pues él «practicaba» periódicamente con la tripulación de cada buque de los que manejaban el comercio entre Cartagena y Quibdó, por el río Atrato. Su señora, Doña Tita, una trigueña de la costa Pacífica baudoseña «gogpiaba» igual que él, lo mismo sus hijos y todos los trabajadores. Todos colaboraban en la atención del negocio, que giraba principalmente en torno al queso costeño, alma de la gastronomía chocoana, y el cemento, como productos de mayor movimiento.
Era simpático el trajín diario en esa tienda; se practicaba una verdadera división del trabajo. La hija recibía y liquidaba los pedidos, Don Evo verificaba las existencias, un hijo comprobaba la entrega y anunciaba desde la bodega: «¡Saaaale un quigtáe’ queso…!».
La esposa, con la liquidación en mano, recibía el pago y cerraba la venta… Bueno, los coteros cargaban la compra desde la bodega hasta el vehículo que lo transportaría.
Doña Tita, en su ejercicio de cajera, era visitada ese día por una amiga de su círculo social; en la medida que su trabajo se lo permitía iban hablando de cualquier tipo de asunto, de lo divino y de lo humano.
-Oye Mayito… ¿Estás viendo lo que yo veo? -comentó, sotto voce, Doña Tita.
-Claro m’hija… ¿Quién será ese muchacho tan elegante; tan bonito?
-Ni idea m’hija… Pero esto hay que averiguarlo.
-Niño… A la odden, en qué podemo segvidte -Se animó a decirle Doña Tita al recién llegado.
-Bueno… yo vengo a realizar la compra de unos víveres…
-Déjame ve… ¿tú no eres hijo de mi entrañable amiga Angelita, la egposa del senadó y egmagistrao Rodrigue?
– ¡Qué cosa mi doñita! ¿Cómo lo supo?
-M’hijo… Eg que ahí egtá la cara; ninguna pareja de acá puede producí un moreno tan lindo como tú.
-Uy doñita… Vea que me ruborizó…
-No te preocupe; sólo te he dicho la vegdá.
-Mucho gusto señora… Ricardo Rodríguez Junior, para servirle.
-Mucho gugto… Yo soy Tita, la señora de Evo… Eg dueño de too egto; ah, y ella eg mi amiga Maruja. A propósito, ella tiene do hija preciosa…
– ¡Oye… ¡Que me abochornas!
– Y a toda egta, hijo, ¿Qué te trajo por Quibdó? ¿Tu familia no egtá en Bogotá?
-Sí señora; lo que pasa es que yo terminé mi carrera de Ingeniería de Petróleos hace tres años, y estoy trabajando para una multinacional que está interesada en ciertas áreas de este departamento, entonces me han enviado a cargo de una avanzada que debe iniciar los trabajos de exploración. Yo estoy levantando el campamento y por eso necesito provisiones.
-Bueno m’hijo, llegagte donde era…
– ¿Qué me quiere decir?…
-Pue hijo, que aquí vag a encontrá too lo que requieras; y lo que no, te lo conseguimo. ¡Evo, mi amó, ven a ver lo sogpresa que te tengo…!
Y le presentó a Don Evo, al recién conocido; al ingeniero.
El ingeniero era un hombre de color moreno que impresionaba; estatura de unos 185 cm., cuerpo atlético, ojos entre azul y verde; finos modales y una piel despercudida, que evidenciaba la vida en la región andina del país o algo similar. Llegó vestido con traje de lino; saco y pantalón de un color blanco hueso y tanto la camisa como la corbata le hacían juego perfecto. ¡Qué decir de los zapatos! Todo el atuendo debía ser italiano. El sombrero le daba el toque final a su elegancia.
Después de darle una vuelta a la bodega, autorizado por don Evo y acompañado por la hija de este, quien no le quitaba la mirada del rostro a pesar del esfuerzo que le tocaba hacer por ser tan baja de estatura, regresó al área de atención a clientes, a hablar con Don Evo y Doña Tita.
-Verá Don Evo, estimo que ya su bella esposa le ha informado quién soy y a qué he venido.
-Claro hijo, ya egtoy infogmao de qu er’el hijo de nuegtro entrañable amigo, y de to_ lo_emá. No sabe el placer que sería para mí, podé ayudá en algo al hijo de tan ilugtre amigo y copagtidario. Cuénteme, qué necesitag.
El hombre sacó una lista y se la entregó. El comerciante abrió los ojos hasta más no poder.
-Oye hijo, egto alcanza pa’alimentá un batallón durante sei mese; y te lo digo pogque tengo algo de egperiencia. El hijo mío, ese que tú ves ahí, eg teniente. Pero ademá me pone jaquí uno materiale que yo no vendo; pero tranquilo, yo te digo dónde conseguiglo y te hago la conexión.
-Bueno Don Evo es que, usted sabe, voy a instalar un campamento; traigo personal experto y debo contratar obreros de aquí. A propósito, si usted conoce gente del partido suyo y de mi padre, porque yo como técnico no le jalo a eso, me la recomienda y yo la engancho. Favor con favor… Ya sabe.
-No se hable má. Hija, liquida egte pedido.
La cuenta de lo que podía despacharle Don Evo, alcanzaba la suma de $300.000.
-Mira hijo, son $300.000, teniendo en cuenta el degcuento que te hago por sé quién ere.
-Bien; yo cuento con $50.000 en efectivo. ¿Será que el resto se lo puedo cancelar con tarjeta de crédito?
-Oye muchacho, de eso no manejamo todavía en egta plaza.
-Podemos hacer otra cosa: yo puedo realizar una transferencia de mi cuenta bancaria que tengo en Bogotá a una que voy a abrir aquí, y así le puedo cancelar todo con un cheque sobre cuenta local, para evitar comisiones… ¿Usted conoce sobre algún banco cercano?
-Claro, ya migmo te recomiendo con el gerente de la Caja Agraria. Tomó el teléfono, llamó al gerente, y listo.
-Ya egtá, ve que te espera
-Muchas gracias, Don Evo, nos vemos luego.
El hombre llegó al banco al filo de las once y treinta minutos, estando ya puerta cerrada a nuevos ingresos; lo atendieron por dos razones: porque cuando las cajeras lo vieron parado a la entrada, se deslumbraron con él y, porque era recomendado de Don Evo.
Abrió la cuenta con los $50.000 que llevaba y recibió un talonario de 100 cheques.
De regreso al almacén de Don Evo, contrató un camión 600; le dijo al conductor que iban a trabajar todo el día; que se olvidara de cualquier otro compromiso; que le dijera cuánto valía su día.
-Patrón, yo me hago $300 en un día. ¿Usted me va a pagar eso?
-Claro, y si es necesario, más; no se preocupe.
Llegaron al almacén y se produjo el cargue. Nuestro ingeniero extendió un cheque por $300.000; prometió a Don Evo que volvería en el curso de la semana siguiente si otros víveres necesitara, y le pidió le recomendara otros establecimientos para otro tipo de compras.
-Puedes i’onde Abdel; ese egtá aquí cegca, a la vuegta. Allá ad finá de egta calle egtá Agudelo, dile que va de mi pagte; el maneja to’loléctrico. Detrá de la iglesia encuentra j’Amelita, aunque no entiendo para qué quireg equipo de sonido… Así, para cada requerimiento le recomendó uno o dos comerciantes.
-Bueno Don Evo, gracias por todo; teniente, un placer. Niña linda, que bueno haberla conocido. Doña Tita, Doña Maruja, un besito y hasta pronto. Hoy mismo llamo a mis padres y los pongo al tanto de su valiosa colaboración.
Vuelve por aquí m’hijo, -dijo Doña Tita-. Recuegda que no todo ha de sé trabajo. A propósito, qué le dices a lag niña de Maruja y a la mía, ¿Ere’soltero?
-Claro que sí Doña Tita; cuando tenga tiempo interactuaremos…
– ¡Qué bello! Comentó en voz baja Doña Tita.
– ¡Qué bello! ¡Quién tuviera veinte años! -comentó Maruja.
El camión partió con nuestro hombre a bordo y un chofer más contento que marrano estrenando lazo, por haber coronado ese día de trabajo. Recorrieron los establecimientos señalados por Don Evo; en todos, al saber quién recomendaba e impresionados con la pinta del hombre y saber de quién era hijo, le despachaban sin miramientos; él correspondía con un cheque.
Pasadas las dos de la tarde, el camión se parqueó en la discoteca Candó. Allí ingresó nuestro hombre con el conductor. El hombre pidió whisky, de la mejor marca, y bebió varias botellas con acompañantes ocasionales y el conductor. A las seis de la tarde pasaron al restaurante Borinquen, ubicado al frente de Candó; era el mejor de la ciudad, frecuentado por grandes personajes y autoridades de la región. Allí consumieron de los mejores platos: cordero, guagua, langostinos… Al final, pagó con un cheque, incluyendo una generosa propina.
Volvieron a Candó y siguieron bebiendo.
-Usted no se me vaya a emborrachar carajo, para eso le di harta comida. ¿Está bien?
-Claro que sí patrón, yo soy experto bebedor de genuino y estas agüitas no son las que me van a emborrachar. Tome usted tranquilo que yo lo cuido.
El ingeniero pidió al barman que se acercara…
-En cuánto venden este negocio.
-No señor, perdone, pero no está a la venta.
-Qué va a saber usted hombre; ¿Quién es el dueño? ¡Llámelo!
-Es que él está atendiendo el restaurante, allá donde estuvo comiendo.
-No se preocupe, llámelo que ya nos conocemos.
El joven así lo hizo
-Señor Mario, el hombre que está en la disco dice que la compra.
A Mario Borinquen se le abrieron los ojos; esta podría ser su oportunidad. Hablaron de precio y llegaron a un acuerdo; ¿Cuál? No me lo pregunten porque, no lo supe. Lo cierto es que Mario volvió a su restaurante después de echarse dos whiskys con el potencial comprador habiendo dado instrucciones al barman, de atender todos los requerimientos del hombre.
-Mire, aquí hay que actualizar todo el sonido, al estilo de las discos modernas, de las que hay en las grandes ciudades, Cali, Bogotá, Nueva York… ¿Dónde se puede conseguir equipos buenos por aquí?
-Ahí a la vueltica señor, si quiere yo voy un momentico y le traigo a la dueña del almacén.
En menos de cinco minutos estaba Amelita conversando con su cliente. Le aconsejaba: Aquí puede poner esto; por allá esto otro… y así. La compra ascendió a $60.000 y, obvio, se canceló con un cheque, por valor un poco mayor porque «usted sabe, las diligencias de cambio…».
A estas alturas, nuestro hombre estaba bien entrado en tragos, pero no borracho; el conductor estaba como si nada hubiera bebido… Se pidieron picadas al restaurante, y nuestro ingeniero pidió al barman que le buscara tres buenas chicas, dos para él y una para su conductor; «si, porque hoy, usted debe disfrutar lo mismo que yo».
-Entonces me tocarían dos…
-No abuse pendejo.
-Tranquilo patrón, era un chiste. Todo está bien.
-No quiero putas; quiero niñas bien de este pueblo que se quieran ganar un buen dinero. Dígales que es buen dinero.
-Pero patrón, tiene que decirme cuánto para ver si convenzo unas amigas de universidad que están pasando vacaciones…
-Dígales que tres palos para cada una.
Al poco rato estaban tres despampanantes universitarias dispuestas a todo. Las dos que le tocaron al ingeniero habían sido, en su momento, candidatas a representantes del departamento al reinado nacional de belleza. El hombre y su chofer se deleitaron con las chicas; el barman, fiel a la recomendación de su patrón, les brindó las comodidades para ello, además que todo se facilitaba al estar la discoteca cerrada al público. Esto fue parte del acuerdo entre el hombre y Mario.
Siendo las dos de la mañana del sábado, el hombre le pidió al barman que le ayudara a su conductor a cargar al camión los equipos que había adquirido y los propios de la discoteca:
-Mañana reorganizamos todo esto
-Cierre bien que mañana temprano vengo. Le entregó un cheque por valor de la cuenta y otro por una generosa propina.
Los dos hombres partieron rumbo a la salida del Pueblo, que conduce a Medellín.
El sábado a eso de las diez de la mañana Amelita pasó de su almacén a la casa de enfrente; allí estaba la oficina jurídica de VíctorErre, de su eterno asesor. Le contó que había hecho un buen negocio, que esto, que aquello…
-Pero tengo miedo don V… No sé, estoy angustiada.
-Bueno, si usted no me vino a consultar para hacer el negocio, ¿Para qué me viene ahora con sus cuentos? ¡Respéteme, carajo!
Desilusionada y pensativa, Amelita se refugió en su almacén y no salió en todo el día; así pasó también el domingo.
El lunes a las siete de la mañana, a las puertas de la Caja Agraria había una cola inusual. ¿Qué pasa aquí, si hoy no es día de pago…? Comentó el gerente al ver el gentío.
Las puertas de la Caja eran abiertas a las ocho y media. Cuando el portero se disponía a abrir la última puerta, la protectora, la «de estera», la enrollable, me cuentan, porque la verdad sea dicha, yo no lo vi, que Amelita, quien estaba de primera en la fila se lanzó en una especie de clavado, en palomita, y entró antes que cualquiera otro pudiera hacerlo; sufrió peladura de codos, pero afortunadamente, la cabeza salió ilesa porque iba protegida por un casco, ya que llegó conduciendo su motocicleta Auteco Lambretta.
Cuando las cajeras se acomodaron, ya Amelita estaba en la ventanilla… Entregó el cheque; pasó a visado y le pidieron que esperara a un lado para seguir atendiendo; el siguiente presentó otro cheque, Amelita observaba que todos los que alcanzaba a ver en la fila, llevaban un cheque en la mano.
De pronto llama la cajera a Amelita:
-Seño, venga. Vea, este cheque se devuelve por fondos insuficientes. Podemos pagarle hasta donde los fondos alcancen.
– ¿Y cuánto hay? $3000 ¿Le sirven…? ¡Deme lo que sea! Y ¡Pun!, cayó desmayada. La asistieron, la retiraron de la línea de espera y siguieron atendiendo…
-Sin Fondos. -¿Cuánto hay? ¡Nada! Lo último lo cobró la seño Amelia…
-Otro;
-¡Nada! ¡Nada! ¡Nada! Y la gente iba saliendo decepcionada, apenada. Las universitarias, que tan contentas habían quedado con la noche de jarana que habían pasado el viernes y que orgullosas exhibían ante sus amigas durante el sábado y el domingo, sendos cheques de 3000, y a cuenta de los cuales habían fiado whisky el sábado y domingo, recibieron la noticia de los cheques chimbos, pasando el guayabo. Solo atinaron a decirse entre ellas: -Qué carajo, nos divertimos. Lo fiado lo pagan nuestros papás… Quién los mandó a tener hijas tan bellas.
Los comerciantes veteranos como Don Evo y Abdel, por dignidad callaron.
La única reclamación que hizo Don Evo fue a su esposa:
-Tita, m’hija ¿A ti quién te dijo que ese muchacho era hijo de Ricagdito y Angelita?
Ella solo respondió:
-¡Ajá!
Amelita, ya más sosegada, se presentó donde su asesor jurídico, días después. Llegó callada y ensimismada. Tomó asiento. Don Víctor; le dirigió la palabra:
-Oiga Amelita, yo no entiendo cómo usted, una mujer veterana, con tanto olfato para los negocios y rodeada de tantos asesores, vino a caer con este timador.
-Si, Don Víctor, la verdad, no sé qué me pasó… Pero me queda el consuelo que le vendí bien caro al hijueputa.