
Por Eliecer Córdoba Lemus
Junio de 2023
Desde los cuatro puntos cardinales los chocoanos hemos sido atrapados en una fábula repetitiva e interminable. Nos hacen creer que con nuestra participación apoyamos ideas y propuestas, mas no a personas. Sin saberlo nos han forzado a adoptar el pensamiento de las mayorías, aceptando lo que la mayoría acepta y tolerando lo que la mayoría tolera.
Nos han hecho ignorar deliberadamente en los lideres cualidades; intelectuales necesarias para garantizar su conocimiento, preparación para que le permita utilizar eficientemente herramientas con que afrontar los desafíos, integridad para ser merecedor de nuestra confianza y sentido del servicio para conocer y comprender su labor.
Gradualmente nos infunden la idea que nuestra responsabilidad y propósito es participar sin considerar beneficios y perjuicios, nos inundan y aceptamos promesas; cambiar la realidad, minimizar la corrupción, erradicar la pobreza, disminuir el desempleo, algunas ocasiones sin coherencia alguna; industrializar la producción de pringamoza, terminar con la tristeza, rebajar el sofoco, aumentar el tamaño del bocachico, minimizar la acidez del marañón, cambiar el color del zapote y como si fuera poco nos conformamos con respuestas vagas como, “Haré todo lo que pueda y un poco más de lo que pueda si es que eso es posible y hare todo lo posible incluso hasta lo imposible si también lo imposible es posible”.
Durante mucho tiempo, hemos tolerado la discordancia entre las promesas y las acciones que las acompañan, quedando impotentes ante soluciones milagrosas que nos inyectan. Se nos anima a enfocarnos en el futuro sin cuestionar y se nos niega la oportunidad de reflexionar sobre el pasado. Nos hacen creer que el poder adquirido a través del dinero es sinónimo de autoridad y que la clase dirigente representa fielmente los intereses de la sociedad.
Nos restringen la diversidad de ideas, suprimen opiniones y evitan el debate constructivo y la búsqueda de soluciones innovadoras. Generan divisiones y conflictos innecesarios, polarizando nuestra sociedad.
Debilitan nuestro sentido de responsabilidad, permitiendo actuaciones irresponsables sin consecuencias. Nos imponen cambios superficiales en los programas. Para facilitar sus fines, nos presentan una visión sesgada de la realidad que aceptamos sin cuestionar. Terminamos eligiendo más de lo mismo, olvidando que solo podemos mejorar al reconocer errores, rectificar y tomar decisiones
Ante todo esto, es necesario preguntarnos: ¿Dónde están aquellos que tienen corresponsabilidad y es su deber deshacer el engaño colectivo? ¿Dónde están los llamados a asumir el liderazgo en nombre de la sociedad? ¿Dónde están aquellos que sostienen que los pueblos no se unen alrededor de la palabra «poder», sino alrededor de las palabras «libertad», «inclusión» y «participación»?
¿Dónde están aquellos que defienden con valentía que los triunfos legítimos solo los obtienen aquellos que se alinean con los deseos de todo un pueblo y no aquellos que pretenden que el pueblo se alinee con ellos? ¿Dónde están?
Para alegría de muchos y tristeza de unos pocos, existen ciudadanos que sin cobardía consideran imprescindible exigir compromisos reales con valores de libertad, inclusión y participación. Que rechazan promesas vacías y demandan propuestas concretas y coherentes. Que fomentan debates basados en ideas genuinas y soluciones innovadoras. Que valoran la diversidad de opiniones como elemento fundamental para el desarrollo de los pueblos.
Que rompen con las limitaciones impuestas y fomentan la participación
Estos ciudadanos reflexionan sobre el pasado y aprenden de los errores para evitar repetirlos en el futuro. No permiten que se les impongan visiones sesgadas de la realidad. Cuestionan, investigan y buscan siempre la verdad. Depositan su confianza en la integridad, el conocimiento y el sentido de servicio. No aceptan la asociación entre el poder adquirido a través del dinero y la autoridad legítima. Evalúan las acciones realizadas y el compromiso adquirido. Promueven la alternativa en lugar de la alternancia y rechazan el populismo.
Estos ciudadanos existen, y están presentes en cada chocoano de bien. Están en aquellos a quienes les enseñaron que el trabajo dignifica y que lo fácil conduce a la decadencia. Son aquellos chocoanos de la palabra empeñada llenos de honestidad, a quienes no se les puede comprar su tesoro más valioso: su conciencia.
Son aquellos chocoanos que trabajan incansablemente y desprecian la picardía. Son aquellos chocoanos que han reflexionado y están convencidos que, para mantener la dignidad como pueblo, debemos desechar las viejas prácticas. Y esos ciudadanos son personas como tu o como yo con la diferencia que en la próxima contienda electoral por encima de todo estamos dispuestos a iniciar a cambiar nuestra triste realidad.