Chocó, país exótico

Por Arnoldo Palacios.
Publicado en el semanario ‘Sábado’ el 16 de agosto de 1947
Hace poco una joven le dijo a un amigo mío, chocoano:
−Yo no me caso con usted…
−¿Por qué? −inquirió él, imaginándose que ella no se quería casar quizá por negro o por feo.
−Simplemente, porque usted no es colombiano.
Y desde el Ministerio de Hacienda, enviaron un oficio por correo, con un sobre marcado: “Señor personero municipal de Chocó”; la correspondencia iba para Quibdó, que es un municipio de los varios de la región.
De manera que uno de los problemas fundamentales con que cuenta el Chocó es el tremendo desconocimiento que se tiene de él, no solamente por parte de los demás colombianos, sino del mismo Estado. Todo el mundo sabe que es de las regiones más ricas de la tierra, que es el único suelo americano donde se encuentra el mejor platino del mundo, que tiene yacimientos de petróleo, oro plata; fauna y flora fecundas. Pero todo eso no sirve de nada porque se encuentra quieto, inexplotado, abandonado como las tumbas de los miserables en los cementerios de las grandes urbes. Haber mantenido despreciado al Chocó durante siglos es una deuda inmensa de la República, y de todos los regímenes políticos que nos han gobernado, inclusive el régimen liberal.
El último viaje al Chocó lo hicimos hace poco, volando desde Bogotá a Quibdó, se puede decir directamente, porque hicimos escala pocas horas en Medellín. ¡Cómo nos sentíamos de felices al encontrarnos tan cerca del corazón de la patria! Desayunar en Bogotá para almorzar en Quibdó, cuando en otro tiempo era más fácil viajar a Europa, que venir desde el Chocó a cualquier capital de Colombia. Pocos años ha, nos tocaba comunicarnos con Antioquia a través de una trocha enmarañada, en medio de la selva paramuna, andando a lomo de mula o de a pie.
Y ahora íbamos en cuarenta y cinco minutos de Medellín a Quibdó, dentro de un avión “Catalina” de la Avianca. Desde arriba veíamos la extensión de tierra chocoana, cubierta de selva apretada e impasible. De vez en cuando advertíamos al fondo algo así como imágenes de caseríos. Pero todo estaba regado de ríos, que desde encima parecían acequias de plata. Era bello el panorama. Pero desconcertante, pensar que a pesar de tantos siglos de existencia, el progreso se encontraba tan lejano, y la vida de los campesinos discurría como cuando vinieron los españoles. No se explica uno como diablos habiendo sido el Chocó el sitio donde por primera vez se fundó población en tierra firme −Santa María la Antigua del Darién−, a estas horas de la vida se encuentre en tan lamentables condiciones.
A eso de las tres de la tarde acuatizó nuestro avión, en medio del Atrato, que estaba un poco crecido y sus aguas escurríanse espumosas, turbulentas, arrastrando malezas y troncos de árboles. Anclados aguardábamos una pequeña lancha que nos sacó al puerto, donde había una gran cantidad de gente aguardando el correo y pasajeros amigos o parientes. Como a la media hora, el Catalina alzó el vuelo y se fue.
Quibdó, capital del futuro departamento
Quibdó es una pequeña ciudad, con treinta mil habitantes, situada a la orilla derecha del río Atrato, “un gran león adormecido y manso”. Al frente le queda la desembocadura del río Quito, y una extensión de selva verde, que a la luz vespertina ofrece a la vista la contemplación de una naturaleza bella y palpitante. Constantemente sobre las ondas plateadas se deslizan canoas repletas de leña, plátanos, pescadores con chinchorros y arpones. Y junto al mercado, anclan los botes venidos de Cartagena con víveres. Las calles son todas empedradas, menos el sector de las carreras Primera y Segunda, rudamente pavimentadas. Los edificios de madera, viejos, véanse con sus pinturas grisáceas y sus andenes derrumbados, techados de paja o de zinc.
La carrera Primera está llena del movimiento comercial muy activo: grandes almacenes, de propiedad de los sirios y los antioqueños. Son pocos los chocoanos capitalistas. El problema fundamental de Quibdó es la falta de trabajo. El día entero deambulan por la calle cantidades de personas venidas de los ríos sin encontrar qué hacer. Pues han dejado el campo para venirse a la ciudad en busca de vida mejor, y no han hecho con ello sino jugar y perder su última carta. En Quibdó los trabajos son reducidos cupos para las obras públicas municipales e intendenciales, con un jornal máximo de un peso, sesenta centavos. Pero ahora ni eso, porque la intendencia y el municipio de encuentran atravesando una tremenda crisis económica.
¿Por qué no hay trabajo? Me parece que no es por falta de oportunidad ni de capital, ni de gentes emprendedoras. No. Lo que pasa sencillamente es que la ciudad carece de energía eléctrica. Actualmente la planta no alcanza a suministrar luz sino a unos cuantos edificios oficiales, de manera que los habitantes no pueden utilizar una planta eléctrica, ni darse el gusto de acostarse con el radio funcionando para oír una buena pieza musical o los últimos cables. Mientras la ciudad carezca de una planta potente las cosas no cambiarán, porque nadie va a ser tan estúpido para invertir capital en empresa que no se puede mover mecánicamente.
La política es el punto de apoyo de todo mundo. En las épocas preelectorales cada cual se hace matar por este o aquel candidato. No tanto por la fuerza de las ideas, y la conciencia al servicio del ideal fecundo, sino por la chanfaina. ¡Pero qué chanfaina buena dan! En los días electorales van apareciendo todas las caras, los hombres que nunca han tenido boca ni pluma, ni nada para luchar por el progreso de la región, van llegando con los rostros radiantes, y el corazón palpitante: “Yo soy el mensajero… yo os daré aguas de vida eterna… yo convertiré esta tierra abandonada en paraíso…”. Mas en los momentos de lucha por conquistar algo en bien de la intendencia, entonces no hay nadie. Se los busca por el ojo de una aguja y no se ven, quizá porque son espíritus puros.
El atraso del Chocó, y por lo tanto la carencia de trabajo, tiene raíz en la falta de vías también. Las carreteras del Chocó en medio siglo de estar figurando en las leyes nacionales, no han podido verse transitables. ¡Qué dificultad para hacer lo que existe de la carretera Quibdó-Bolívar! ¡Qué pelea para que el año pasado no dejaran al Chocó completamente al margen del plan de vías nacionales! ¡Qué lucha para lograr una infeliz partida para construcción de la carretera a Bahía Solano! La redención de esa intendencia reside esencialmente en la salida al océano Pacífico.
Bahía Solano tiene cincuenta millas de superficie por muchísimos metros de profundidad. Los barcos pueden anclar casi sin necesidad de muelle, porque este lo hizo la naturaleza el día de la creación. La costa chocoana es toda ella un pedazo de tierra fértil para todos los cultivos. El arroz, la naranja, el plátano, los cocos, se producen en cantidades alarmantes.
Pero no se puede aprovechar por la falta de comunicación. Y generalmente los costeños cargan sus botes hinchando sus velas hacia Panamá, donde tienen ellos fincadas sus esperanzas. En un viaje relámpago que hicimos por la costa, nos dijeron que en Juradó, y otras regiones costeñas, los habitantes cantaban el himno nacional panameño, usaban la bandera panameña, traficaban con el dólar. Allá se vive al margen de todo lo que ocurre en la República de Colombia. Los maestros de escuela son los únicos salvadores de la situación, porque en las lecciones diarias, no cesan de luchar por convencer a los niños de que son colombianos. Triste es pensar que la región más prometedora de la patria se encuentre en el estado de abandono en que se la mantiene: hasta el punto de que los costeños del Pacífico, sinceramente se consideren panameños. Jamás de los jamases por falta de patriotismo. Sino porque nacen, crecen, se desarrollan y mueren, con la idea de Panamá en el cerebro. Porque de Panamá traen sus vestidos, traen las cobijas, las cucharas, el dinero. Allá envían la cosecha de su trabajo.
Vida de mineros
El resto de los chocoanos, se mantienen de la minería. El laboreo rudimentario de las minas. Por lo cual hoy día la miseria de esos pueblos es de lo más desconcertante: familias enteras trabajando durante la semana el día sábado no han conseguido para comprar el mercado, es decir: los plátanos. A veces creemos que la tierra se ha cansado de producir y no recibir. Que ya no hay oro ni platino en el cauce de los ríos. Pero tal vez no es eso. La tierra es aún fecunda. Porque los técnicos norteamericanos sí continúan extrayendo arrobas de metal. Ellos siguen enriqueciéndose a costa del sudor de los trabajadores colombianos, a quienes pagan miserablemente, explotan con sangre y todo, mas los dejan desnudos como Dios los echó al mundo, cuando pasan sus dragas por los terrenos. ¡Qué pesar contemplar asolado el San Juan! No nace una semilla por las montoneras de piedra que ha dejado la draga. Ni nace el hombre tampoco. Porque ellos lo han matado vivo.
No se sacará rendimiento del laboreo de las minas en esta forma milenaria como se han venido trabajando, por los mineros del pueblo. Cuando se revolucione ese rudimento, en cambio de la técnica al servicio de Colombia, entonces los metales del Chocó, le darán a la patria para obtener muchas coronas.
Labor de los parlamentarios
El Chocó tiene ahora en la Cámara unos representantes de raigambre auténticamente popular: Diego Luis Córdoba, senador, hijo de un minero de Neguá, que fue cuna de César Conto. Ramón Mosquera Rivas, representante, hijo de mineros de Istmina. Fernando Martínez Velásquez, de padre carpintero, de Quibdó. Ellos conocen a fondo todos los resortes por los cuales se encuentre bien o mal la intendencia del Chocó. Ellos han sufrido en carne viva la situación del pueblo, porque ellos ayudaron a la familia en el ganarse el sustento, trabajando el día entero en las minas. Y los chocoanos confían en ellos con la fe viva.
Diego Luis Córdoba siempre ha creído que lo esencial para la emancipación económica del Chocó es erigir la intendencia en departamento. Y desde 1933 viene presentando el proyecto al Congreso. Y desde 1933 lo vienen derrotando. No por falta de argumentos sólidos de los defensores, ni de capacidad de la región para merecer tal privilegio, sino por cuestiones de índole política, pero política pequeña. Hay chocoanos ilustrísimos que creen que si se convierte el Chocó en departamento, entonces Diego Luis Córdoba se les atraviesa para no dejarlos venir a realizar su sueño dorado: el Congreso. Y los conservadores consideran que si pasa el departamento, los parlamentarios en que aumenta el número del Chocó le hacen contrapeso a la mayoría que quieren conquistar en las cámaras, a todo trance. Pero estos han visto que Córdoba vino al Senado no ya por el Chocó sino por Antioquia. Y los conservadores perdieron el dieciséis de marzo sin que hubiesen venido más parlamentarios por el Chocó.
El Chocó no se levantará de la postración económica, mientras subsista el abandono en que mantiene a la intendencia la nación. Lo que vemos ahora allá es una especie de colonia, repleta de unos colonos colombianos, puestos al servicio repugnante de los extranjeros explotadores. Esperemos cómo se porta el liberalismo este año en relación con el departamento, que es la salvación de la región en beneficio de Colombia.