Por Armando Mosquera Aguilar. [email protected]
Washington D.C.
Diez meses después del fatídico incendio de 1966, yo disfrutaba de vacaciones en Quibdó ya que estudiaba en el colegio Refous de Bogotá, con calendario B. Algunos decían que yo era cadete de la Escuela de Policía general Santander.
El profesor Abraham Rentería me paró en la calle:
-“¿Cadete, cuándo lo tendremos de teniente por acá? ¿Se acuerda de mí?”,
-“Ya casi, profesor. Y no se preocupe que usted nada tuvo que ver con mi expulsión del Colegio Carrasquilla”.
Unos meses antes del incendio yo había sido expulsado del Carrasquilla por el rector Humberto Ayala, el mismo que hizo que los estudiantes Marcos Aguilar, Luis Ramón Garcés Herazo (Moncho), Marino Sánchez Aguilar, Federico Garcés, Américo Murillo (por enamorar a la hija Amparo), Tomás Moreno, José Martínez, René Rovira, Tadeo Perea Chalá, Alexis Murillo (Los Nemus) y una veintena más emigraran a Bolívar (Antioquia), a Istmina, Cartagena y otras ciudades, por su mano fuerte y su odio a liberales, quibdoseños, bromistas y no baudoseños.
En varios lugares de Quibdó, liderados por Eliécer Ríos (coordinador), Efigenia Perea Chalá, Eduardo Henry Salas (Negro Henry), Miguel Demetrio Moya, se hacían reuniones de estudiantes promoviendo un paro cívico por la falta de luz y de agua.
Agosto 22: Día del paro cívico
El paro cívico se inició temprano el 22 de agosto en el Colegio Carrasquilla con 300 estudiantes y se marchó por el anillo de la ciudad. Yo tomaba fotos y entrevistaba estudiantes, pues la fiebre de comunicador ya corría por mis venas.
Primero se gritaba “Agua y Luz” pero luego la frase se alargó para convertirse en “Agua y Luz o Piedra y Palo”.
Al llegar a la Beneficencia (Ocho Pisos), desde la plazoleta del segundo piso hablaron los estudiantes Miguel Moya, Negro Henry, Efigenia Perea y Eliécer Ríos, los estudiantes Ulises y Eduardo Perea Mosquera, y Ulises Ayala Cañola, que estudiaba por fuera del Chocó.
Luego siguió la marcha, acompañada por medio centenar de policías armados hasta los dientes.
De pronto alguien lanzó una piedra al techo de zinc de una casa, se armó la trifulca y todos corrimos evitando a los uniformados que, bolillo en mano, repartían golpes a quien se dejara alcanzar.
Al llegar a la calle 15 (hoy 31), entre carreras 6 y 7, vi a varios policías golpeando salvajemente al estudiante Alfonso Chaverra “Calavera” y, decidí involucrarme en la protesta. Salí a toda hacia mi casa, pero las piedras, balas y gases lacrimógenos me hicieron cambiar de ruta por la Alameda, la carrera cuarta, doblar en esta hacia la 12 (hoy 28) donde me topé con los gritos de un estudiante que había sido herido de bala. Era Rubén Copete Cuesta ‘Pajudo’, el hijo de la señora Chichi, quien tenía la cara y la ropa llena de sangre y repetía: “Me mataron, maldita sea, me mataron, por Dios”.
Entre varios lo revisamos y constatamos que la bala solo le había raspado cerca a un ojo. Yo le dije: “Rubén, solo es un rasguño”
-Él me dijo: “La verdad Armandito, ¿no estoy muerto? ¿Por la hostia que no he muerto?”.
Junto a Enrique Largacha y Ariel Moreno Mena lo llevamos a la casa de Eunice Mena. Fui a mi casa y me cambié de ropa, poniéndome algo apropiado para la ocasión. Cuando salía, ingresaba mi hermano mayor Lino, quien era policía, e inmediatamente me dijo: “Espero no verte en esa revuelta”.
No le hice caso y corrí por la carrera 5 hacia cualquier parte. Quibdó era solo humo por los gases que la policía lanzaba y ollas con agua que las señoras nos tiraban para contrarrestar el lagrimeo. En la cuarta con Alameda varios estudiantes atraparon al policía Wilson (un interiorano “blanco”, casado con Carmen Agudelo, de Huapango), quien era uno que disparaba a los estudiantes. De pronto apareció Pedro Abdo García: “¿Qué pasa muchachos, que piensan hacer con mi cabo Wilson?”. La respuesta era una sola: “Matarlo. Este hijueputa es uno que nos dispara”. Pedro Abdo se puso de escudo: “Pues si es así, mátenme a mi primero”, lo que hizo que todos bajaran la guardia, ya que la intención era lincharlo. Pedro Abdo recuperó el arma que le habían quitado al policía y se lo llevó cuando llegó la señora María Rosa ‘Morí”: “¿Por qué lo soltaron? Ese es un policía asesino y había que matarlo”.
Los muertos y heridos
Al rato escuché que habían asesinado al profesor Luis Tercero Lemus y herido en una pierna a Jesús María Cuesta Porras ‘Envenenado’. Se cruzaban piedras, gases y balas, y todos corríamos ansiosos de dar con los asesinos. Íbamos por el Pandeyuca hacia la primera, pero un pelotón de policías nos hizo regresar. Algunos nos metimos por un destapado que unía la 2da y la 3ra, enseguida de lo que hoy es el Banco Popular.
Corríamos y de pronto se desplomó alguien que iba delante de mi. Me acerqué y vi que tenía un tiro en la espalda. Miré hacia atrás y vi a Padilla, un cabo de la policía, negro, chiquito y barrigón, que seguía disparando junto a treinta uniformados.
El hombre que recibió el mortal disparo era Filiberto Córdoba, ‘Chambón’, tenía una carpintería al lado del depósito de Pascual Padilla (“Tubos, Adobes, Calados”) y gustaba montar en bicicleta pero siempre se caía (de allí su apodo).
Seguimos por la carrera tercera, subimos por la Alameda hacia la Catedral donde crecían los enfrentamientos.
En la primera, al lado de la Catedral, armamos una barricada con polines que cargamos de la orilla del Atrato, y logramos hacer recular a la policía, que salieron en desbandada hacia su sede.
Pero del segundo piso de la casa cural (al lado del convento) nos disparaba el profesor de religión del Colegio Carrasquilla, Fabián Sanz Armendariz, un español sobrino del Obispo Pedro Grau Arola y esposo de Virginia, hija del gobernador Ramón Mosquera Rivas.
Uno de sus disparos impactó en Francisco Cuesta Bejarano ‘Pacho’, quien de inmediato fue llevado en hombros por un grupo de manifestantes al hospital.
Elúa Córdoba, Eliécer García (hijo de Pedro Abdo), Alfonso Chaverra ‘Calavera’, José Caspita y yo entramos a la casa cural. Encontramos el revólver en el tanque del sanitario y al asesino debajo de una cama. Nos aprestábamos a lanzarlo por la ventana cuando vimos que por el convento se aproximaba un centenar de militares y policias con el cobernador, el director del DAS Alfredo Cújar Garcés, Pedro Abdo García y un general del Ejercito recién llegado de Medellín.
Elúa dijo: “Llevémoslo al hospital”. Como tenía la cara y la ropa llena de sangre por los golpes que había recibido, al salir nos preguntaron:
-“¿Qué le pasó al profesor?
-“Está herido y lo llevamos al hospital”.
El oficial del ejército ordenó a tres soldados que nos acompañaran. Al pasar por la policía, un cabo de apellido Tovar (casado con una de las Rojas), me dijo:
-“Al fin caíste, te estaba esperando mariconcito, ahora me vas a indicar quienes son los policías ladrones”.
Le ordenó a un agente Hinestroza:
-“A este llévelo al calabozo”.
Debo aclarar que en la cartelera de la policía permaneció varios días el reportaje Desesperada situación en Quibdó, de julio 26/67 que El Espectador me había hecho.
Yo contaba que la ropa y todo lo que Colombia envió a Quibdó para los damnificados del incendio de 1966 estaba almacenado en una bodega de la policía.
Ingresé a una de las cuatro celdas donde estaba Mariluz Botero, ‘La Moi’, y unos diez varones y donde llevaron unos veinte más.
Nos tocó anochecer y amanecer unos sobre otros pero oímos las noticias a través de un radio que tenía el cabo que estaba de servicio.
Así supimos que Pacho había muerto antes de llegar al hospital, que los muertos eran tres, y que entre los heridos también figuraban Vianney Palacios de Bocacangrejo, a quien le atravesaron una mano de un balazo, Amancio Dueñas y cinco más.
A las celdas también llevaron a Faustino Urrutia, Humberto Mosquera y Ulises Ayala, que quemaban llantas en el aeropuerto ‘El Caraño’ para impedir el arribo de aviones y helicópteros militares.
En la mañana del 23 de agosto nos pasaron al salón de los agentes, donde había mesas de billar y de otros juegos de mesa, donde nos sentaron en el piso hasta las cuatro de la tarde. Después nos llevaron al patio de armas y nos esposaron por parejas. Mi hermano Lino siguió las normas policiales y con lágrimas en sus ojos me dijo: “Hermano, los van a enviar a Medellín, yo creo que esto lo resuelven mejor allá. Estas esposas se abren con esta pinza”. Me dio una y le tocó el hombro a quien sujetó conmigo, David Osorio Dualiby.
Al frente de la Policía, donde quedaba el Batallón Bomboná, mas de trescientas personas gritaban: “!Libertad, libertad, suéltenlos, suéltenlos!”.
Soltaron a las mujeres y nos montaron en un camión carga-ganado rumbo al aeropuerto. Por el cementerio unos cien soldados armados impedían el paso de la población. Nada ni nadie nos salvaría de las cárceles antioqueñas.
En un avión DC 4 de la Fuerza Aérea íbamos sentados en el piso, unos rezando y otros llorando. A mí no me preocupaba estar preso, pero me ponían nervioso los movimientos del avión.
En el Olaya Herrera nos esperaba un nutrido grupo de chocoanos y por eso el avión llegó al final de la pista, donde nos subieron apretados en un carro furgón de la policía. Nos llevaron a la estación de policía La Alpujarra hasta el día siguiente cuando llegó un coronel y un juez, quienes nos separaron a los 13 que éramos menores de edad.
A los veinte compañeros restantes, los enviaron a la cárcel La Ladera, donde algunos purgaron hasta cinco años de prisión.
A nosotros no nos quiso recibir la directora regional de Bienestar Familiar y por ello fuimos enviados a la Cuarta Brigada del Ejército, donde un coronel hizo formar el pelotón y les dijo:
-“Estos muchachos van a estar con nosotros bajo el mando del teniente Jorge Alonso Rengifo Yurgaky (‘Pajarito’) Espero que ningún soldado me los toque”.
Días más tarde conocimos a otro quibdoseño, el subteniente Ariel Valdés. Fueron 18 días los que pasamos recreacional y deportivamente al mando de nuestro paisano, quien nos trató de la mejor manera, permitiendo que nos visitaran nuestros familiares radicados en Medellín. Al final de la estadía, un sargento del ejército de apellido Cano nos llevó en un bus escalera desde Medellín hasta el Juzgado de Menores de Quibdó y nos entregó a la doctora Yocasta Maya, quien nos dijo:
-“La próxima vez los envío a la correccional de Tanando”.
Los adultos detenidos enviados de Quibdó a Medellín fueron Manuel Hernández, Luis A. Mosquera, Ángel Robledo Mena, Juan del Carmen Palomeque, Pedro Murillo, Senén Mena Guerrero, Moisés Perea Palacios, Óscar Mosquera Guerrero, Ulises Ayala Cañola, Jorge García Arias, Marco Antonio Serna, José Ángel Becerra ‘Michurrú’, Nereo Mena Córdoba, Isaac Liloy Valencia, Julio Aguilar Salas, Adán Mena Gutiérrez, Pacifico Correa Serna, Faustino Urrutia, Raúl Cuesta, Wilson Becerra, Nelson Moreno Asprilla ‘Negro’.
Los menores éramos Eliécer Pérez Ríos, Luis Alberto Castro Manyoma, Jorge César Mena Mosquera, Antonio Hinestroza, Luis Carlos Arias Delgado, Delio Arce Cuesta, Francisco Hinestroza Ríos, Armando Mosquera Aguilar, David Osorio Dualiby, Emiro Humberto Mosquera Mena, Juan Palacios Mena y Félix Mena Córdoba.